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El estudiante y el barómetro (moraleja ligerísima)

En 1958 Selecciones del Reader's Digest publicó una original historia, invención del doctor en física Alexander Calandra. Libre de detalles, la tal historia cuenta:

Un estudiante es examinado para evaluar sus conocimientos de física, y se le pide que utilice un barómetro para determinar la altura de una torre. Al estudiante se le ocurren muchas formas diferentes de emplear el instrumento (como plomada, sombrero, regla, objeto moneda, etc.) para ayudarse a conocer la distancia del suelo a la punta de la torre. Es desaprobado varias veces antes de que manifieste que conoce el empleo específico del barómetro y el modo más parsimonioso de utilizarlo, pero que él no lo considera el mejor método. El único examinador de amplio criterio se asombra con la flexibilidad mental del estudiante y le concede su aprobación, al menos moral.

Desde 1958, la historia ha sido republicada en numerosas revistas, y libros incluso. Actualmente se relee, gracias a los reenvíos masivos, con sus numerosas variantes (se le atribuyen reconocidas personalidades de la ciencia como protagonista central, se sustituye el barómetro por otros instrumentos, se edulcora la trama y la moraleja, etc.). Al parecer, resulta muy atractiva la sugerencia de que la intuición llana pudiera conducir a conclusiones tan útiles como las que se derivan de los métodos científicos y sus intrincadas rutas de pensamiento.

¿Qué implica?
  • El estudiante de la historia consiguió dar una lección a sus anquilosados examinadores mediante deducciones de sentido común, luego es posible que los métodos de la ciencia sean menos eficientes que la barata corazonada que no demanda tanto empeño intelectual.
  • Existen numerosas maneras para realizar una tarea, todas con la misma eficacia; por tanto, para transformar la realidad se puede sustituir el aprender por el suponer con resultados igual de efectivos.
El trascendental concepto “a hombros de gigantes” enunciado por Bernard de Chartres y reformulado por Isaac Newton es penosamente despreciado por la forma de plantear la cuasi fábula del estudiante y el barómetro; cada instrumento, cada técnica, cada método, constituye la estatura mental de una persona que alguna vez subió al último hombro de una serie de personajes que generosamente han legado sus experiencias. Considerar que un barómetro, un altímetro, o una modesta brújula, tienen tanta utilidad como un pedazo de roca de peso equivalente es tanto como ignorar la historia acumulada y arrogarse una altura semejante a la de tantos pensadores ancestrales. Para hacer una alegoría que transmita la necesidad de replantear el edificio del conocimiento de acuerdo a su desarrollo (lo cual es inherente a la ciencia, por definición), quizá fuera mejor contar la anécdota de un estudiante que toma cualquier instrumento o método para hacerle ingeniosas mejoras; entonces sí podría corresponderse el cuento con anécdotas verídicas de científicos renombrados y enseñaría la humilde (y necesaria) actitud de subir “a hombros de gigantes”.

Comentarios

jm_t ha dicho que…
chale te había puesto un comentario chido, pero por registrarme se borró, y no tengo tanta sapiencia.
saludos Tor!!

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